lunes, 20 de febrero de 2017

Porque los hombres usan Abanderado

Los tanques franquistas por Atxuri, siguiendo a civiles que exhiben la rojigualda.

Capturar banderas al enemigo se cotiza en las campañas de guerra. En nuestras intervenciones arqueológicas por trincheras de la guerra civil hemos encontrado de todo, hasta periódicos bajo tierra, pero nunca nos hemos dado de bruces con restos de banderas de batallones en contienda. Y eso que aquí los piteros no tienen la culpa (no sé si habrán encontrado algún mástil metálico o algo, pero la tela no pita, creo). Los militares están enamorados de la ferralla pero yo creo que lo más les pone, aparte de las medallas y las cruces de encomiendas de reyes borbónicos, es hacerse con el símbolo por antonomasia del enemigo. Esos bravos soldados españoles retirando la bandera marroquí de los peñascos de Perejil, y todo eso. Pero esto no es cosa solo de militares. En el Reino de España somos mucho de jugar a la guerra de las banderas, nacionalismo de Estado contra nacionalismos periféricos y viceversa. Ikurriñas, esteladas y rojigualdas es un buen título para una nueva película de Almodóvar.

Antiguo lugar de memoria requeté, hoy en día la ikurriña señorea la cima de Pena Lemoa (Bizkaia).

Nuestro proyecto arqueológico del monte de San Pedro en el NW de Araba nos ha permitido conocer documentalmente los precedentes de esta guerra de banderas, en la época de la IIª República. En el primer tercio del siglo XX el movimiento nacionalista vasco desarrolló la actividad montañera como herramienta de divulgación ideológica. En un tira y afloja con las autoridades se convirtió en un hito propagandístico la colocación de la ikurriña en riscos y cumbres por parte de los mendigoxales o jóvenes montañeros del ala más radical del PNV, agrupados en torno al órgano de la Federación de Montañeros de Vizcaya, el semanario bilbaíno Jagi-Jagi (1932-1936). En la línea paramilitar de otros grupos jóvenes en aquella época, los mendigoxales iban uniformados a sus actos y estaban organizados en compañías dirigidas por jefes o capitanes. Su carácter combativo queda claro en este párrafo extraído del semanario que da nombre al movimiento (en Fernández Soldevilla 2016: 72): Te lo voy a decir en secreto, mendigoxale: tú no eres un deportista. Óyelo bien: tú eres un soldado de la Patria [...] La cumbre que tú persigues [...] termina en una Cruz. Sí; eres soldado, soldado de un Estado que no existe, pero cuya futura existencia depende en gran parte de ti.
A este respecto, el PNV participaba del nacionalcatolicismo tradicionalista si bien combinando religión con otra patria, en este caso Euzkadi. El estallido de la guerra civil española va a reactivar este proceso de apropiación nacionalcatólico del paisaje entre carlistas y nacionalistas vascos, antiguos aliados, ahora enfrentados. El golpe de estado sorprende a los mendigoxales peneuvistas de acampada en el monte Gorbeia, pronto convertido en línea de frente. Los mendigoxales se incorporaron a la comandancia de las milicias nacionalistas vascas en Azpeitia, siendo su dirigente, Mikel Alberdi, el primer gudari conocido que murió en la guerra a mediados de agosto de 1936. Aunque no formaron parte del Gobierno vasco, los mendigoxales organizaron dos batallones (Lenago il y Zergaitik ez?) que intervinieron activamente en la contienda. Y un jagi jagi, Lezo de Urreztieta, desempeñó un papel decisivo en la traída de armas extranjeras a Euskadi, sobre todo las que sirvieron para parar la ofensiva del general Mola en Eibar y Elgeta a finales de septiembre de 1936.

Gudaris del batallón Lenago il en un refugio del monte Gorbeia [Blog xepolitte.wordpress.com]

A su vez, los requetés tampoco se quedaban atrás. Ya los paramilitares del somatén alavés, con anterioridad a los años republicanos, incluían la jura de la bandera española como uno de sus principales actos de reafirmación. El oriolismo va a seguir en este línea. José Luis Oriol y Urigüen (1877-1972) era el líder de Hermandad Alavesa, un partido tradicionalista y caciquil, del que fue representante en las Cortes republicanas. Bajo el lema Religión, Fueros, Familia, Orden, Trabajo, Propiedad, Oriol se hizo con el principal diario de Araba, lo cual le valía un control casi total de la opinión publicada, así como buena prensa para sus negocios en el sector eléctrico. Este hombre se encargó personalmente de que los requetés se entrenasen bien antes del golpe de Estado. Tras las elecciones de 1936 en las que resultó victorioso el Frente Popular, Oriol fue uno de los participantes clave en la conspiración militar que estallaría el 18 de julio. En este sentido, el entorno inmediato del monte de San Pedro fue el escenario de una guerra antes de la guerra. Oriol compró armamento en Bélgica (siempre Bélgica) y se cuenta cómo los requetés, en sus maniobras, simulaban asaltar una montaña en la que ondeaba la ikurriña, quemándola posteriormente (Ruiz Llano 2016: 67).

Ikurriña del Batallón Araba (Fuente: Koldo Azkue).

José Luis de Oriol contribuyó sobremanera a la movilización de los apoyos sociales de los sublevados y a la organización en retaguardia de las fuerzas requetés. En el verano de 1936 protagonizó sendos actos simbólicos de reafirmación nacional: se desplazó al Seminario Nuevo de Vitoria para exhibir allí la bandera rojigualda (el seminario era considerado un nido de curas separatistas) (López de Maturana 2014: 65-6). Por su parte, los requetés alaveses, perfectamente preparados y pertrechados desde hacía meses, se movilizan para controlar la provincia de Araba. Gudaris y requetés empiezan a librar la guerra también en las cumbres, montes y collados, en el paisaje que los ideólogos carlistas y nacionalistas imaginaban como una de las esencias vascongadas.

Banderín de la brigada de blindados (Museo de la Sociedad de Amigos de Laguardia).

La captura de las banderas enemigas fue una máxima seguida a rajatabla como lo demuestra la colección exhibida en el Museo de Amigos de Laguardia. El banderín de un batallón rojo-separatista era todo un trofeo de guerra que había que llevar para casa. Recientemente nos hemos puesto a investigar proyectos de protomuseística franquista y en todos ellos la bandera es una de las piezas más codiciadas. Pero no sólo las banderas. El investigador José Ángel Brena Alonso acaba de publicar un excelente trabajo en la revista de la Asociación Sancho de Beurko Saibigain, sobre el proyecto fallido de crear un Museo de la Guerra en Bilbao en 1937-1938. Particulares llegaron a donar souvenirs y restos materiales del conflicto al futuro Museo. Entre la lista de objetos, realizada por personal del Museo Arqueológico y Etnográfico de Bilbao, destaca (en Brena Alonso 2016: 9):

-Un calzoncillo del primer soldado que pasó a nado la Ría de Bilbao al entrar las tropas nacionalis y colocó la primera bandera nacional en el palacio de la Diputación (Información detallada obra en poder de D. Pedro Zufia).

Visto lo visto, la bandera no es la única prenda cuya honra se lava con sangre. Los gayumbos también valen. Supongo que en la vitrina, los museólogos franquistas tendrían a bien exponer los calzoncillos con lo amarillo por delante y lo marrón por detrás.

Banderines de batallones del Flandes en la sala histórica 
de la base militar de Araka (Araba).



Post by Xurxo Ayán Vila y Josu Santamarina Otaola.


Referencias:

Ayán Vila, X. M. y García Rodríguez, S. 2016. 'Ha llegado España'. Arqueología de la memoria nacionalcatólica en Euskadi. Arqueoweb, 17: 206-38.

Brena Alonso, J. Á. 2016. El Museo de la Guerra de Bilbao (1937-1938). Cinturón de Hierro y turismo bélico al servicio de la propaganda del Régimen. Saibigain. Boletín informativo de la Asociación Sancho de Beurko, 2.

Fernández Soldevilla, G. 2016. La voluntad del gudari. Génesis y metástasis de la violencia de ETA. Madrid: Tecnos. 

López de Maturana, V. 2014. La reivención de una ciudad: Poder y política simbólica en Vitoria durante el franquismo (1936-1975). Bilbao: UPV/EHU.

Ruiz Llano, G. 2016. Álava, una provincia en pie de guerra. Voluntariado y movilización durante la Guerra Civil. Bilbao: Beta III Milenio. 






sábado, 11 de febrero de 2017

Fantasmas en la ciudad: símbolos republicanos en Madrid


Fuente de 1934 (con la inscripción mutilada) en la plaza de Cabestreros (Lavapiés, Madrid) (junio 2015)

A menudo los debates y las discusiones sobre los símbolos políticos en el espacio público manifiestan una tremenda simpleza. Esto se puede apreciar en el interesante caso planteado recientemente con motivo de las normativas que han implementado, o pretendido implementar, distintos consistorios para aplicar la Ley 52/2007, de 26 de diciembre, de Memoria histórica. No me voy a detener a analizar los pormenores de esta polémica, dado que llevaría mucho tiempo, aunque el caso de Madrid daría para extraer algunas conclusiones rápidamente. Pero sí voy a proponer algunas ideas para enriquecer el debate, y ello de la mano de la arqueología, como disciplina específicamente comprometida con la comprensión profunda de la materialidad en el espacio y el tiempo.

Hay en Madrid, como en otros lugares del Estado español, algunos símbolos republicanos (me refiero a símbolos materiales, como veremos más abajo), cuyo elenco real no está claro, que a muchxs nos interpelan para dirimir cómo es posible que se hayan mantenido después de la Dictadura. Las propuestas, sin embargo, suelen ser claramente pobres, sobre todo entre los sectores de extrema derecha, panegiristas del Régimen, aunque bien podríamos encontrarlas también entre algunos nostálgicos de la II República, cuyo discurso a veces puede caer en el victimismo (justificado, por lo demás).

Un estudio arqueológico articularía otro tipo de explicación, desde luego más compleja. Aunque no lo hemos llevado a cabo, ni sabemos de nadie que aún lo haya hecho, voy a esbozar algunas hipótesis que podrían orientarlo. Como hemos propuesto sobre este mismo caso, toda investigación se articula en contextos particulares a partir de un problema delimitado en el espacio y en el tiempo (objeto de estudio) y del examen de una posible solución (hipótesis), inquiriendo una serie limitada, si bien lo más amplia posible, de pruebas (corpus empírico) en función de determinados y explicitados presupuestos teóricos y metodológicos.

Los símbolos republicanos que hay en Madrid son de muy diverso signo. Podríamos partir del estudio de los símbolos inmateriales, como hacen algunas incursiones en el tema, pero nos vamos a centrar en los materiales; unos y otros, aun así, tienen relación. Además, nos ocuparemos de los que corresponden a la II República (1931-1936/9) y trataremos de esbozar una explicación sobre su mantenimiento específicamente durante la dictadura franquista (1936/9-1975/82).

La hipótesis que planteo es que su supervivencia responde principalmente al modo de proceder del totalitarismo (originariamente fascista y posteriormente nacionalcatólico, sin que éste, en todo caso, perdiera lo esencial de aquél). Su comprensión debe considerar, pues, la gramática en la que se insertan, un lenguaje de represión y control social; el símbolo aislado, del tipo que sea, nos dice poco por sí mismo. Su presencia es entonces una parte importante de la lógica represiva del Régimen, que, como otros sistemas totalitarios, opta para acabar con el enemigo por una de estas dos posibilidades, según el momento: o bien erradicar de un modo absoluto a los "otros", como vimos en Lidice y ha sucedido en los bombardeos contra las ciudades españolas del bando republicano durante la Guerra, o bien destruir de un modo relativo, conservando algunos de sus elementos, para manejarlos (y resignifcarlos) a su antojo. Éste parece ser el caso de Madrid, donde, como vamos a ver bien, una serie de símbolos materiales sobreviven al holocausto.

El modo de mantener esos elementos nos da la clave de la destrucción relativa. En la "inmensa prisión" en que se ha convertido España, esa supervivencia es completamente fantasmal. La presencia republicana, a través de esos símbolos materiales, es la constatación o presencia de una ausencia, un grito mudo sobre una realidad moribunda pero aún presente. Desde el punto de vista urbanístico, esto se traduce en el mantenimiento peculiar de algunos emblemas republicanos, con unas características específicas que rastrearemos, junto con otros símbolos materiales (monárquicos, fascistas y nacionalcatólicos) que organizan la ciudad bajo el paradigma totalitario.

Para poder profundizar en esta hipótesis y proceder a su examen, lo primero de todo es dirimir qué símbolos de la II República se han mantenido realmente a lo largo de la dictadura, o en la mayor parte de su trayectoria, porque sabemos que hay algunos que fueron tapados (y otros muchos eliminados) en ella, como es el caso de la fuente de la plaza de Cabestreros, en Lavapiés, según nos cuentan en el Foro del Viejo Madrid, o del cartel de inauguaración de la nueva Plaza de Toros de Madrid de 1931, como recoge Florentino Areneros. De manera que algunos de los símbolos que encontramos hoy han sido restituidos después del franquismo.

A continuación tratemos dos grandes conjuntos de aspectos de los símbolos republicanos que vemos hoy en día (y que, insisto, demostraríamos que se mantuvieron erigidos entre los años 40 y 70), con el fin de enriquecer nuestra hipótesis. Se trataría, pues, de interrogar a los testimonios, más que de describirlos (ya que por sí mismos, es obvio, no hablan). Como parte fundamental de este trabajo habría que aplicar este mismo análisis a otro tipo de símbolos vigentes durante la Dictadura (monárquicos y propiamente franquistas).

Por un lado, la naturaleza de la mayor parte de los emblemas republicanos es heráldica; son escudos nacionales (o remates) con la corona cívica o almenada. Son, por tanto, un tipo de símbolo más asociado con el poder político que con la ciudadanía (y especialmente con las clases trabajadoras). Este poder corresponde, además, mayoritariamente con el nivel municipal y sólo en unos pocos casos con el central. En un solo caso, el escudo parece pertenecer a un inmueble privado.

Banco de España desde la calle Alcalá (febrero 2017)
Estación de Atocha (o del Mediodía) (enero 2017)
Edificio del Ministerio de Agricultura y Pesca, y Alimentación y Medioambiente, desde la parte alta de la cuesta de Moyano (febrero 2017)
Antigua Casa de Maternidad (hoy Consejería de Políticas Sociales y de Familia de la Comunidad de Madrid), en la calle de O’Donnell (enero 2017)

Parque de Bomberos de Chamberí, en la calle de Santa Engracia (febrero 2017)
Detalle del escudo de la fachada principal
Servicio de Limpieza de Chamberí, en la calle de Santa Engracia (febrero 2017)

Detalle del escudo de la fachada principal
Esquina noroeste del Palacio Real (febrero 2017)

Detalle de la farola con remate de corona almenada

Calle Fúcar, entre Moratín y Gobernador, en la trasera de las dependencias municipales de gestión de residuos de la zona (diciembre 2015)
Escuela Mayor de Danza, en la Ribera de Curtidores (enero 2017)
Detalle del escudo de la fachada principal
Calle Amor de Dios, 6 (enero 2017)
Detalle del escudo en el frontispicio de la fachada principal
Puerta de España (Calle de Alfonso XII) (enero 2017)

Detalle del escudo
Servicios públicos en el Retiro (enero 2017)
Detalle del escudo
Aun así, es cierto que algunos símbolos (escudos, inscripciones), fueran visibles o no, se asocian de una manera más o menos explícita a la población en general y a las clases trabajadoras en particular, ya sea por la función de las construcciones en las que se encuentran o por la iniciativa a la que responden.
Plaza de Cabestreros (Lavapiés) (julio 2014)
Detalle de la inscripción

Cuesta de los ciegos (febrero 2017)
Detalle del emblema con la inscripción
Puerta de América (Avenida de Menéndez Pelayo) (enero 2017)

Detalle de la inscripción
Una de las fuentes de la Casa de Campo correspondientes a la II República (febrero 2017)
Por otro lado, podemos apreciar una serie de elementos en todos estos símbolos que manifiestan una característica crucial: su peculiar visibilidad (a menudo reducida o dificultosa). Entre ellos, primeramente hay que considerar su ubicación urbanística. La mayoría de los símbolos registrados se encuentran en el centro de Madrid, y particularmente en las grandes avenidas y lugares y edificios públicos, desligados por tanto de los sectores y espacios populares. Las excepciones son las fuentes de los barrios, como la de Cabestreros y la Cuesta de los Ciegos, o directamente de la periferia, como las de la Casa de Campo.

En segundo lugar, es preciso tener en cuenta su posición y orientación en las construcciones en las que aparecen. Veremos que según una y otra se dificulta enormemente su visión. Así, en el Banco de España y en la Maternidad de O'Donnell los escudos están en las partes más altas de los edificios (en frontispicios o cornisas)...
Panorámica del Banco de España desde la calle de Alcalá (febrero 2017)
Panorámica de la antigua Maternidad de O'Donnell (enero 2017)
Y en el Retiro, el Palacio Real y el Ministerio de Agricultura, se sitúan al margen de las vías de circulación o en sectores laterales o traseros de los edificios o espacios, o incluso en lugares en cierto modo abyectos (como los entornos del Viaducto, donde se halla la fuente de la Cuesta de los Ciegos):
Puerta principal del Retiro, desde la plaza de la Independencia (febrero 2017)
Ubicación de la farola "republicana" del Palacio Real fuera del paseo, mirando hacia la calle Mayor (febrero 2017)
Ubicación de la farola "republicana" del Palacio Real fuera del paseo, mirando hacia la plaza de España (febrero 2017)
Cuerpo trasero del Ministerio de Agricultura donde se encuentra el escudo republicano que hemos visto (febrero 2017)
Situación de la fuente con escudo republicano, al pie de la Cuesta de los ciegos, al borde de la vaguada por la que discurre la calle Segovia, debajo del aciago viaducto (febrero 2017)
En cuanto a su orientación, podemos apreciar, por ejemplo en los escudos del Banco de España, el Ministerio de Agricultura, la Estación de Atocha y la Maternidad de O’Donnell, que están ubicados de espaldas al mediodía (sur) o poniente (oeste), o sea que se orientan al norte o este, de manera que en la gran parte del día, especialmente en su parte central, se dificulta, de un modo natural, su contemplación, porque se ven a contraluz o en la umbría.
Banco de España a las 13 horas (febrero 2017)
Ministerio de Agricultura hacia el mediodía (febrero 2017)
Maternidad de O'Donnel al mediodía (febrero 2017)
Estación de Atocha al mediodía (febrero 2017)
En tercer y último lugar, complementando este aspecto, habría que estudiar rigurosamente también las dimensiones, los materiales y el estado de conservación. Comparados con otros símbolos (escudos monárquicos y fascistas), los emblemas republicanos son mucho menores...

Fuente de Cabestreros (julio 2014)

Fuente de Apolo, de 1777, en el Paseo del Prado (Madrid)

Fachada principal del Ministerio de Agricultura, con un esplendoroso escudo monárquico en el frontón superior (febrero 2017)
Detalle del escudo monárquico

Arco "de la Victoria", en Moncloa, de 1956 (junio 2013)

IES San Isidro (calle Toledo) (febrero 2017)
Detalle del escudo franquista

Los materiales son más variados e incluyen algunos menos nobles que la piedra, como el hierro forjado y las molduras de escayola...

Puerta de España, en el Retiro (enero 2017)

Puerta de Felipe IV, en la calle Alfonso XII (febrero 2017)
Y el estado de conservación en algunos casos es posible que fuera deplorable (cuando no consecuencia de una mutilación):

Escudo de la Escuela Mayor de Danza, de la calle Ribera de Curtidores, en una foto (sin fecha) del blog La Estantería de arriba. Compárese con el lustroso aspecto de hoy en día que podemos apreciar en la fotografía de más arriba
Toda esta información debe organizarse, concretarse y ampliarse, entre otras cosas con herramientas para cuantificar datos y manejar múltiples variables; los Sistemas de Información Geográfica pueden ser muy pertinentes, también en estos casos. Aun así, con lo visto hasta aquí en este rápido estudio arqueológico, podríamos pulir la hipótesis expuesta más arriba para partir de una más sólida en una investigación ulterior.

Está claro que el mantenimiento (pendiente de verificación en cada caso) de símbolos materiales de la II República en Madrid durante el franquismo no puede ser simplemente consecuencia de la magnanimidad, tolerancia y espíritu de concordia del Régimen. Numerosos elementos sobre el carácter totalitario y fascista (revestido de nacionalcatolicismo) concurren para que pensemos lo contrario, tanto en lo que toca a la eliminación física de republicanxs y antifascistas (Juliá 2001, Espinosa 2010) como en cuanto al control ideológico del país en su conjunto (Richards 2006). En el caso abordado hoy aquí cabe afirmar que la tolerancia hacia los símbolos republicanos responde a su carácter restringido (es decir, son representaciones ligadas al poder, si bien en general un poder menor, correspondiente al nivel municipal -los símbolos del estado central son monopolizados por el fascismo y el nacionalcatolicismo) y sobre todo a su reducida visibilidad.

Podría plantearse también que en los casos en los que realmente fueran advertidos los emblemas el mensaje era claramente paternalista y revanchista: por un lado, el régimen es capaz de perdonar pero, por otro, recuerda a quién ha derrotado, y en ambos casos decide preservar o mutilar unos pocos símbolos (y aniquilar el resto). De cualquier modo, lo que hace es mantener presente y viva la figura del enemigo derrotado, a través únicamente de su contorno, y por tanto del "otro" vaciado. Éste se convierte, pues, en un espectro, en el marco de una ciudad y un país devastados por la guerra, la reclusión, los fusilamientos y la autarquía, y saturados con muchos otros símbolos (materiales e inmateriales) que se articulan en un lenguaje de dominio y represión sin precedentes.

Por supuesto, cabrían más lecturas, complementarias con la anterior. Entre otras cosas, se podría valorar la indiferencia del propio Régimen dada la ignorancia, lograda a través de cuarenta años de control ideológico, respecto de la iconografía republicana por parte de la mayoría de la población. Al fin y al cabo a mucha gente le cuesta hoy en día distinguir el emblema monárquico de la corona rematada con flores de lis y el símbolo republicano de la corona cívica o almenada.

En definitiva, podemos apreciar cómo la configuración simbólica material del espacio público y su gestión son asuntos complejos que no se pueden solventar con enfoques y tratamientos simples, como hemos intentado insistir cuando me he referido a la geografía de la memoria y el conflicto. De todas formas, bien sabemos que las decisiones y las polémicas sobre este tema no están únicamente marcadas por las simplificaciones. Aparecen, decisivamente, las lealtades de los gobiernos (municipales, autonómicos y central) para con sus orígenes o fuentes de legitimidad, especialmente cuando se trata de explicar la gestión que hacen precisamente de algunos de estos símbolos republicanos, que ha llevado a (continuar) su destrucción; el escudo de Fúcar expuesto más arriba y, como nos cuentan en el Foro del Viejo Madrid citado también antes, los de la Puerta del Río, junto al Palacio de los Vargas, y los mencionados por Areneros ya no existen o no se encuentran expuestos... Y también interviene, en otros casos, el fundamentalismo democrático, típicamente pospolítico, como nos ha explicado Alfredo González Ruibal (2010), que lleva a equiparar experiencias (y símbolos) cualitativa y cuantitativamente diferentes, como en el caso de Madrid al que nos referíamos al principio.

Solar de la calle Fúcar, entre Moratín y Gobernador, de donde ha desaparecido por el momento el emblema republicano aludido más arriba (enero 2017)
Y, para terminar, sería adecuado preguntarse también quiénes son los fantasmas realmente en un país dado la vuelta, reiniciado, en el que se ha eliminado a parte de su población, en el que las organizaciones sociales y los proyectos democráticos o revolucionarios han sido arrasados, en el que se han consolidado, hasta límites insospechados, los privilegios y los privilegiados (laicos y eclesiásticos), donde se han consagrado los modelos económicos y culturales de explotación clasista, machista y racista, en el que actúan implacablemente los poderes judicial y policial para reprimir la protesta, del tipo que sea, y en el que, finalmente, siguen rigiendo las lógicas represivas (si bien con un tratamiento mayoritariamente pospolítico), en torno al espacio público y la propia memoria colectiva, del totalitarismo. Los fantasmas son las manos invisibles que siguen marcando la agenda de la ciudad y el campo, las representaciones colectivas lanzadas desde las esplendoras construcciones arquitectónicas, las omisiones consagradas en los debates públicos..., o que al menos lo intentan con toda su fuerza.

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Hay una versión más amplia de esta entrada en la web Cronos y Topoi

Todas las fotos, a menos que se indique lo contrario, han sido realizadas por Jorge Rolland Calvo

Referencias:
Espinosa, F. (2010): Violencia roja y azul: España 1936-1950. Barcelona: Crítica. 496 pags.

González Ruibal, A. (2010): "Contra la Pospolítica: Arqueología de la Guerra Civil Española", Revista de Antropología (Santiago de Chile), 22, 2º semestre, pags. 9-32.

Juliá, S. (2001): Víctimas de la Guerra Civil. Madrid: Temas de Hoy. 440 pags.

Richards, M. (2006): Un tiempo de silencio. La guerra civil y la cultura de la represión en la España de Franco, 1936-1945. Barcelona: Crítica. 376 pags.