miércoles, 29 de julio de 2015

Sierra y Libertad

A la caza del rojo. Montes de San Pedro, Alcántara, 1936.
 
Flechas fascistas con la bayoneta calada. Alcántara, 1936.
 
El corredor de Extremadura fue un objetivo prioritario para las fuerzas sublevadas en el verano de 1936. Desde Sevilla, a sangre y fuego, los hombres de Yagüe lograrían conectar con la zona leal del Norte de Cáceres, en donde el golpe de Estado había triunfado. En los pueblos, el destino de los republicanos leales estaba marcado. Arqueólogas como Laura Muñoz llevan años exhumando fosas en toda Extremadura. Ante la vesania fascista (en el lado leal de la Extremadura libre también hubo sacas de derechistas), muchos republicanos optaron por la huida, hacia Portugal (aciago destino) o al monte. En esta fotografía de arriba podéis ver una fotografía de un grupo jubiloso en una jornada de caza en el monte de San Pedro, en Alcántara. Estos carabineros, guardias civiles y falangistas se dedicaban a la caza del rojo en el verano de 1936.


Los que no acababan en las cunetas o en el monte fueron apresados y recluidos en improvisados campos de concentración como fueron las plazas de toros. Como en el célebre caso de la plaza de Badajoz, la plaza decimonónica de Plasencia sirvió para estos menesteres. De aquí, los presos iban directos al juicio sumarísimo, a engrosar el Ejército franquista o a formar parte de batallones de trabajadores como aquellos que picaron piedra en la misma Plasencia para dar a luz el parque de los Pinos, pulmón de la ciudad, levantado con el sudor y la sangre de los presos republicanos, mientras se combatía en el frente.

Detalle del parque de los Pinos en Plasencia, excavado en la roca.


Y llegó la Victoria, que no la Paz. El nuevo régimen ocupó, con el apoyo decidido de la Iglesia católica, el espacio público convirtiéndolo en un inmenso aparato nemotécnico para recordar a los vencidos quién era el puto amo. Mientras los derrotados eran responsables de la destrucción de España, eran expulsados del discurso y condenados al olvido, los caídos por Dios y por España pasaban a ser un referente en performances, ritos conmemorativos y apropiaciones simbólicas de la Cruzada de Liberación. Aquí tenemos en Montehermoso la placa a los buenos españoles caídos en combate, que no fueron pocos, entre ellos militantes de izquierda movilizados por los franquistas. Todavía se pueden ver unas recientes ofrendas florales colgando de la placa.
 


La dictadura del general Franco contó con el apoyo de ideólogos falangistas que intentaron acabar con el fantasma de la reforma agraria republicana y la tensión en el rural, hechos que tuvieron en la Extremadura de amos y jornaleros un especial campo de conflicto. El electrofascismo de la década de 1950 se acompañó de todo un proyecto de ingeniería social que sembró de nuevos asentamientos los cauces de ríos como el Alagón o el Tiétar. Desde el Instituto de Colonización se materializó gran parte de la bipolítica franquista, aquella que llevó a la creación de un nuevo sujeto fiel al régimen: el colono. Los nuevos poblados estaban destinados para hombres con familia numerosa, ex-combatientes franquistas y de pulcra fe católica, unos individuos tutelados por el Estado. Un buen ejemplo del perfil humano que se buscaba es el dueño octogenario de un restaurante de Alcántara. Un excampesino franquista que odia a los catalanes, devoto de Santiago Apóstol y que guarda un excelente recuerdo de su servicio militar en un regimiento de Caballería en Madrid. De ahí fue movilizado 28 días a Peñíscola para participar como extra con su caballo en la grabación de El Cid Campeador. Pobre Sofía Loren, lo que habrá tenido que aguantar. Cuando este hombre se licenció su comandante le regaló 9.500 pesetas, una cantidad que según él "no  ganaba ni el Caudillo".
 
Día de la inauguración del embalse de Alcántara.
 
La España franquista de la autarquía y del desarrollismo quizás vivió aquí sus episodios más chuscos. Una pauperizada población rural condenada a la emigración a las zonas industrializadas del país. Un sistema de propiedad de la tierra feudal que se mantenía incólume. Una corrupción generalizada que encontraba en la raia con Portugal un auténtico filón. Estas ruinas de la aduana de Piedras Albas, en las poximidades de Alcántara, son el mejor reflejo de la decadencia del concepto de soberanía nacional. En los años más duros del aislamiento, Franco (al más puro estilo albanés y norcoreano) bunkerizó España con baterías por toda la costa y con la famosa línea P en los Pirineos. Únicamente contaba con la lealtad del otro miembro del Bloque Ibérico, el Portugal salazarista.
 
 
 
La provincia de Cáceres, como otras zonas del Estado, es un buen sitio para llevar a cabo toda una Arqueología de la colonización agraria del franquismo, y a ello nos hemos dedicado en los últimos días. Todavía se conserva un paisaje creado ad hoc por una determinada ideología, un paisaje que no sólo es material sino que sigue marcando las mentes de sus habitantes y de sus políticos. Como en otros ámbitos, este proyecto dictatorial fracasó en su intento de narcotizar el pasado. Gracias a asociaciones locales, ciudadanos y diferentes colectivos, se comienza a recuperar la memoria de aquellos y aquellas que fueron expulsados de la historia y del espacio público por el franquismo.
 
Placa en homenaje a los esclavos republicanos que construyeron el parque de los Pinos, Plasencia.
 
Referéndums locales e iniciativas de alcades y alcaldesas audaces han permitido que en la mayor parte de poblados de colonización se hayan retirado las menciones al Caudillo, tanto en el callejero como en el nombre oficial de las localidades. Por otro lado, la promoción turística intenta abordar tambén el pasado traumático de estas tierras, con orgullo. Un buen ejemplo es la iniciativa abordada por los jóvenes de Sierra y Libertad, quienes promocionaron el Mirador de la Memoria, sobre el valle del Jerte, en homenaje a los olvidados de la guerra civil y de la dictadura.
 
 
 
Post by José Mª Señorán y Xurxo Ayán (proyecto Arqueología postcolonial en España). 

 

 





martes, 21 de julio de 2015

Rebelión en La Granja

Cursillistas en la posición franquista de la Cruz de la Gallega (fot. Chus Jordá).
El 16 de mayo de 1764 Antonio Eximeno, jesuita valenciano, sabio filósofo, matemático y músico, inauguraba el Real Colegio de Artillería en el salón del Alcázar de Segovia. En su discurso dijo entre otras cosas, lo siguiente:
 
Yo no hallara ni pronta ni fácil salida si me quisiera internar en la selva inmensa de conocimientos de que debe ir prevenido un buen oficial o bien para dirigir la fortificación de una plaza o bien para mandar una batería: de las tierras, de las aguas, de las piedras, del fuego, de la atmósfera, de la pólvora, de las maderas, de los metales, de todo debe tener justas ideas, y los conocimientos físicos de estos cuerpos deben recaer sobre una geometría y cálculo nada vulgares...
 
Presidía el acto el conde italiano Felice Gazzola, un noble ilustrado que había dirigido campañas militares de Carlos III cuando éste era rey de Nápoles. Era matemático, bibliófilo, experto en arte y arqueología, grna artillero, teniente general e inspector general de Artillería (1761). Entre 1745 y 1750 dirigió las excavaciones en Paestum. Ya véis, la artillería unida a los orígenes de la misma Arqueología Clásica.
 
Refugio franquista en la Cruz de la Gallega. Detrás de la sierra: la capital de la República.
 
De aquel  mismo proyecto ilustrado surgió el Real Sitio de San Ildefonso. Aquel mismo espíritu interdisciplinar ha sido retomado por los profesores Jesús F. Jordá y Eduardo Juárez para organizar el curso de verano de la UNED sobre la Arqueología de los conflictos bélicos del siglo XX. Ellos han conseguido que, además de debatir sobre meteorología o jardines botánicos del siglo XVIII, también se aborde en La Granja el patrimonio olvidado de búnkers, trincheras y centros de represión. En su ponencia introductoria, el catedrático Gonzalo Ruiz Zapatero (Universidad Complutense) destacó la importancia que estos estudios están alcanzando en el ámbito académico anglosajón. Debido al tirón del aniversario (durante cuatro años) de la I Guerra Mundial, un sinfín de institutos de Arqueología, grupos de investigación y facultades organizan seminarios, debates o congresos sobre Arqueología del Conflicto.
 
Ponencia del profesor Gonzalo Ruiz Zapatero (Universidad Complutense).
 
En el ámbito del Estado español seguimos luchando contra molinos y gigantes a la vez. Francisco Etxeberria, uno de los antropólogos forenses de mayor prestigio internacional, se encargó de recordar cómo no hace tanto catedráticos de Arqueología se oponían a la idea de que esto del pasado reciente fuese Arqueología o Historia. También recordó los costes profesionales y académicos que han tenido que experimentar aquellos y aquellas profesionales implicados en la recuperación de la memoria histórica. Finalmente criticó cómo se están haciendo las cosas con los inmigrantes que fallecen en territorio español tras cruzar las vallas de las colonias en África. Dentro de no mucho tiempo, estados como Costa de Marfil o Senegal solicitarán al Reino de España información sobre sus desaparecidos, enterrados al más puro estilo de los pobres de solemnidad del Antiguo Régimen.
 
Ponencia del profesor Eduardo Juárez Valero (Universidad Carlos III).
 
Por nuestra parte, Alfredo González y Xurxo Ayán, mostramos al público un recorrido sintético por parte de los proyectos que desarrollamos en campos de batalla y centros de reclusión desde 2008 y que los seguidores de este este blog conocéis de primera mano. De hecho, los asistentes valoraron enormemente el esfuerzo divulgativo hecho en tiempo real desde guerraenlauniversidad, una herramienta utilizada con fines didácticos por más de un docente en este país. Todo un orgullo y una satisfacción, ya que estamos en este real sitio borbónico. Even better than the real place.
 
Ponencia de Alfredo González Ruibal (INCIPIT-CSIC).
 
Otro tema tratado en este curso fue la gestión patrimonial de estos paisajes bélicos, muchos de los cuales se encuentran ubicados en espacios naturales, parques nacionales y reservas de la biosfera. El profesor (y granjólogo) Eduardo Juárez nos dio a conocer con todo lujo de detalles la batalla de La Granja y los escenarios en que tuvo lugar. Una gran experiencia compartida que consolida el peso académico de la joven Arqueología del Conflicto española y muetsra claramente el interés social que suscita entre todo tipo de públicos: estudiantes, eruditos locales, aficcionados, profesores de primaria y secundaria, expertos en didáctica, guías especializados y un largo etcétera.
 
 Emblema de Falange de Castilla en un refugio franquista de la Cruz de la Gallega.

viernes, 10 de julio de 2015

Guerra en el parque

                       

Es sorprendente la velocidad con que un paisaje civil y cotidiano se transforma en un infierno bélico. Es igualmente sorprendente la rapidez con que las cosas vuelven a la normalidad una vez que acaba todo. Así es la modernidad: construcción, destrucción y reconstrucción se suceden a la velocidad de la luz. Paul Virilio, el arquitecto que fotografiaba búnkeres en las playas francesas, acuñó el término "dromología" para referirse a una ciencia de la velocidad. Su función sería estudiar el vértigo temporal de los tiempos modernos y sus consecuencias políticas, sociales y económicas. 

Quizá por eso la arqueología reciente es tan apasionante: porque trabaja en medio de ese tiempo fugaz. La arqueología del pasado contemporáneo busca las huellas de acontecimientos inconcebiblemente trágicos que sucedieron en épocas muy cercanas. Y sin embargo esas huellas pueden resultar tan esquivas como las de las épocas más remotas de la Prehistoria, si no más. La aceleración de la historia parece no querer dejar testigos detrás. Esto es particularmente cierto en las ciudades, donde las trazas de la violencia se borran de forma más concienzuda. 

Cuesta pensar, por ejemplo, que el Parque del Oeste fue un campo de batalla en tiempo de nuestros abuelos. Los frentes se encontraban a un lado y a otro de los jardines, separados en algunas zonas por apenas 300 metros. El espacio intermedio era una tierra de nadie que poco tenía que envidiar a los campos de Flandes en la Primera Guerra Mundial, perforados por cráteres y llenos de cadáveres. Tras la Guerra Civil el parque se reconstruyó completamente. El terreno se regularizó con el escombro de los edificios bombardeados, tanto del vecino campus universitario como del barrio de Argüelles.

El pasado, como siempre, se resiste a desaparecer del todo. A veces aparece de forma inopinada: durante trabajos de construcción en el campus, frente al Parque del Oeste, aparecieron en los años 90 trincheras y un puesto de tirador franquista, con restos de munición y latas (todo ello junto a ruinas de época romana). 

Otros vestigios nunca han llegado a desaparecer. Por ejemplo, los tres fortines que aún se conservan a lo largo de la Avenida de Séneca. Se construyeron hacia el final de la guerra, y en uno de ellos todavía se puede observar la inscripción de la unidad que lo construyó (Batallón de Zapadores nº7). Desde la lengua de terreno ocupada por los moros y legionarios en noviembre del 36 vigilaban la ciudad traidora. 



Y la acribillaban también. En frente de los búnkeres se encuentra el cuartel del Infante Don Juan. El cuartel, construido en los años 20 y sede del Regimiento de Infantería nº1, leal a la República, sobrevivió a tres años de guerra, pero la violencia quedó marcada en sus muros de ladrillo. Aunque se han tapado los agujeros de bala concienzudamente con mortero, la operación solo ha servido para que las cicatrices se vean más claramente.


El parque esconde otras heridas. Cuando los caminos de grava se agrietan con las lluvias o el riego de las praderas, aparece el espectro de la guerra. Esta vez en forma de escombros de edificios y de desechos del Madrid prebélico: tejas, ladrillos macizos, loza, vidrios. Y entre los desechos algún recuerdo más tangible de la violencia, como esta bala de 7 mm, con las estrías de haber sido disparadas por un fusil, seguramente republicano. 




Los monumentos y memoriales se han hecho para que no olvidemos el pasado. Pero quizá no haya mejor recordatorio de que las cosas realmente sucedieron que los restos arqueológicos.

martes, 7 de julio de 2015

Arqueología de la ingeniería social franquista

Defensa del TFM de Josu Santamarina en la Facultad de Letras de Gasteiz.

Desde hace un año más o menos estamos embarcados en el proyecto Arqueología postcolonial en España: materialidades y memorias de la colonización agraria e industrial del franquismo en el que abordamos estudios de caso en Galicia, El Bierzo, Cáceres y Euskadi, por el momento. Como aperitivo de esta línea de investigación el alumno de la UPV/EHU Josu Santamarina Otaola ha defendido ayer en la Facultad de Letras gasteiztarra el Trabajo de Fin de Máster Iragan garaikidearen arkeologia. Hurbilpen material eta espaziala Zaramaga langile-auzoan o lo que es casi lo mismo, un estudio arqueológico del barrio de Zaramaga (Vitoria-Gasteiz).
La promulgación de la Ley del Suelo (1956), el plan general de Alineaciones de Vitoria (1956) y la creación del polígono industrial de Gamarra-Betoño (1956) supuso el despegue industrial definitivo de la ciudad vasca. La afluencia de miles de inmigrantes para trabajar como mano de obra en la industria obligaba a la oligarquía local a ordenar el crecimiento de la urbe de acuerdo con la ideología del régimen, aquí asentado en los valores del tradicionalismo carlista. Los arquitectos del régimen G. Blein y M. Mieg serán los encargados de diseñar una ciudad en pequeño que reflejase la paz social de la España del Caudillo y materializase una sociedad jerarquizada, autoritaria y clasista. Josu Santamarina aborda de manera magistral el estudio de las fuentes documentales para definir este proyecto de ingeniería social franquista. El plan original de 1957 contempla cuatro categorías de edificaciones en función de la clase social: 3ª categoría, clase modesta (peones y empleados modestos; 2ª categoría, clase media, obreros especializados y empleados medios, 3ª categoría, funcionarios y profesionales liberales y una cuarta de clase acomodada, formada por directores de empresas y profesionales distinguidos (todo esto literal)...

Proyecto original del barrio de Zaramaga (1957).

El arquitecto Gaspar Blein, tras la ocupación de Madrid por las tropas franquistas propuso como  castigo redentor y glorioso para los arquitectos rojos no caídos en delitos criminales que trabajasen en unas oficinas llamadas Desafectos a España y que se les prohibiese ejercer ningún cargo de responsabilidad. En 1940 defendía la idea de que Madrid, en cuanto centro administrativo, debía cumplir las exigencias de la nueva ciudad española: desempeño de una misión hacia Dios, integración de su conjunto y constitución de unidad orgánica, sobre todo. Klein defendía estas ideas en la revista Reconstrucción. Este arquitecto del régimen diseñó el barrio obrero por excelencia, con su residencia de monjas, su residencia de solteros, pisos para casados, la escuela al lado de la iglesia... muy al estilo de los poblados de colonización de los años 40 y 50, pero en una ciudad.

Distribución espacial de las placas franquistas.

Josu analiza a través del análisis formal y el análisis del espacio doméstico cómo se materializó finalmente ese proyecto, cómo fue evolucionando el barrio y cómo se reflejaron en él las tensiones entre el tradicionalismo carlista (implantado en la Caja de Ahorros) y el falangismo practicado por los responsables del Ministerio de Vivienda. La georreferenciación de las placas de los edificios y su destrucción y/o mantenimiento en la actualidad aporta resultados más que interesantes. Todas ellas han sido eliminadas de las viviendas más pobres (3ª categoría) mientras que se mantienen en las edificaciones de 1ª categoría en donde incluso se observa una privatización del espacio público y una voluntad clara de segmentación espacial e invisibilización. Otro aspecto interesante es la vinculación espacial de la masa obrera con el espacio de la producción, con la fábrica lechera construida al pie de las viviendas ubicadas al Norte. El análisis de accesibilidad y de circulación son muy claros a este respecto. Finalmente, Josu define cronotipologías de viviendas y portales y nos hace ver cómo a finales de los años 50 se abandona esa arquitectura doméstica ruralizante monumental aplicada a los barrios obreros en la década precedente (cantería, arcos, basamentos de mampostería) y se apuesta por la forma arquitectónica que va a definir el desarrollismo tardofranquista, un desarrollo vertical de bloques deshumanizados en los que no hay sitio ya para maceteros ni traseras con jardín.

Cronotipologías de portales de vivienda.

La moraleja de este estudio no deja lugar a dudas. El régimen, ya en descomposición, orgulloso de Zaramaga como ejemplo de paz social, confundía la propaganda con la realidad. Fue precisamente en este oasis en donde se producen los dramáticos hechos del 3 de marzo de 1976 en el marco de una huelga obrera sin precedentes que hace tambalear el status quo.
En septiembre habrá una segunda entrega de este tipo de trabajos de Arqueología del pasado reciente. La alumna Nahia Khiari está ultimando a su vez un excelente estudio arqueológico del barrio de Errekaleor, también en Vitoria-Gasteiz, un sitio en el que se está dando un más que interesante proceso de patrimonialización y que está generando un nuevo nivel de okupación en el yacimiento.

Zorionak Josu!!!



domingo, 5 de julio de 2015

Cosas de Franco


Los desvanes son un escenario típico de películas de terror. Es normal. Uno se puede encontrar toda clase de cosas horrendas en ellos. Imaginaos el susto que se debió de llevar nuestra colaboradora, Alejandra Galmés, cuando se encontró con esta botella en un trastero familiar. 

Las botellas con homenajes a Franco han sido habituales al menos desde finales de los años 50. Son un testimonio elocuente de la construcción del mito del Caudillo, como el NODO o las inauguraciones de pantanos. Son un testimonio, además, de particular interés para los arqueólogos por su carácter eminentemente material: tanto el contenedor en sí como su contenido. 

En la Grecia de los siglos VI y V a.C., muchas de las copas para beber vino (conocidas como kylix) tenían representaciones de dioses, héroes y guerreros. El propósito, además de embellecer la cerámica, era que el bebedor se identificara con las figuras allí representadas. Entendemos que la identificación crecía según se incrementaba la cantidad de alcohol ingerido.  


Con el fino Homenaje debía ocurrir algo semejante: mientras uno iba apurando copas, la efigie de Franco se iría volviendo más y más augusta, paternal y protectora, la estampa del mayor estadista que jamás ha gobernado España. Acabado el vino (generalmente de calidad discutible), la identificación con el Caudillo y su obra redentora debía de ser total.

Bromas aparte, la botella en cuestión reproduce dos de los mitos más enraizados de la dictadura y que todavía llegan a nuestros días: al Caudillo le debemos el pan y la paz ("a quien nos diera un buen comer y un mejor beber, en Paz"). Franco, el general golpista que con sus camaradas desencadena la Guerra Civil, queda transmutado por arte de magia en mensajero y garante de la paz; sus fallidas políticas de reconstrucción, que tras el conflicto trajeron la miseria a millones de personas y un hambre negra que mató a decenas de miles, no empañan su retrato como el estadista genial que acabó con las necesidades de los españoles. Este y otros mitos no menos descabellados han sido deconstruidos rigurosamente por el historiador Antonio Cazorla en su reciente libro: Franco. Biografía del Mito (Alianza, 2015).


Cazorla nos cuenta, por ejemplo, que el Caudillo tan preocupado por traer el pan y la paz a su pueblo invertía en 1946 el 47,7% del PIB en el ejército y la policía, el mismo año en que el hambre se cebaba con la mayoría de la población. Y que muchas de las obras públicas que Franco inauguró con frenesí habían sido iniciadas o diseñadas por la República. Y que en 1948 los salarios de los españoles aún no llegaban a la mitad de lo que habían sido en 1936.  Y que en 1953 el sueldo medio de un jornalero sevillano solo representaba el 25% del necesario para adquirir los alimentos básicos, según documentos oficiales de la época. Y que el milagro español llegó una década y media más tarde que en el resto de Europa y solo después de que el desastre de las políticas económicas del régimen forzaran un cambio de rumbo.  

El libro de Antonio Cazorla es una medicina más que recomendable para luchar contra la resaca de fino Homenaje que nos dura ya 80 años.