miércoles, 3 de septiembre de 2014

No Mola Nada

Los accidentes de aviación fueron los más firmes aliados en la promoción caudillística de Francisco Franco. Primero fue el general Sanjurjo quien se estampó contra el suelo, frenándose así sus ansias por liderar el golpe de Estado. Después le tocaría el turno al verdadero instigador del Movimiento Nacional, al psicópata y hábil negociador que consiguió la colaboración decisiva de las tropas paramilitares carlistas navarras. Nos referimos al general Mola. En un viaje rutinario desde Vitoria hacia Valladolid, el 3 de junio de 1937, el avión en el que viajaba con otros tres asistentes y el piloto (un ex-anarquista), se estrelló contra el cerro de Alcocero, cerca del puerto de la Brújula.

Al acabar la guerra, el Nuevo Estado decidió levantar en el lugar un monumento que materializase la comunión entre el tradicionalismo y el fascismo falangista. Como mano de obra esclava se emplearon a cientos de presos republicanos (incluidos brigadistas internacionalistas) del campo de concentración de Miranda de Ebro. Pero no sólo eso. Como en las corveas del feudalismo medieval, los campesinos subalternos también eran obligados a erigir el Monumento al general Mola, como dejó claro Francisco Romera López (paisano que fue alcalde de Alcocero entre 1938 y 1962) en una entrevista recogida recientemente:
Pues al año y medio de esto en invierno del 39, yo ya era alcalde, nos mandaron ayudarles a construir el monumento y en esos años estaba la cosa como para decir que no queríamos ayudar (risas). Y con bueyes y percherones y mansos nuestros y de los labradores de los pueblos de alrededor, íbamos a la cantera de Villalómez a cargar piedra que picaban allí los presos y la íbamos subiendo poco a poco hasta el monte, así un montón de días y días ¡los kilómetros que me hice yo subiendo piedras allí y mira cómo está eso ahora, todo abandonado! [...] El día de la inauguración los vecinos del pueblo se tuvieron que quedar aquí, no les dejaron subir, yo subí porque en ese momento era alcalde y nos mandaron subir al alcalde de Cueva-Cardiel y a mí.
Caminar por el Monumento de Mola es toda una experiencia para los sentidos. Peldaño a peldaño uno no deja de pensar en los 186 escalones de la muerte de Mauthausen, en donde otros republicanos españoles sufrieron en sus carnes el proyecto de redención fascista, en su vertiente nazi. Para aquellos que siguen discutiendo la naturaleza fascista del régimen franquista les aconsejo una visita demorada a este lugar. El proyecto arquitectónico podría estar firmado por los arquitectos al servicio de Mussolini o Hitler. En donde pone Mola, imaginad Duce o Führer. la única diferencia es la parafernalia católica. El eje visual de toda la escenografía parte del lugar del accidente, en donde cinco cruces marcan el sitio exacto en donde se levantaron los cadáveres. Cinco arcos con el nombre de los cinco militares se asientan en un pedestal en el que se conserva, muy alterada, la siguiente inscripción:
El día 3 de junio de 1937, el invicto general D. Emilio Mola Vidal cayó en este lugar, víctima de un accidente, derivado de su actividad en el mando y de su valor militante. Quien cien veces en su vida arrostró el peligro de la guerra con ánimo sereno y corazón levantado, vino a morir con las alas rotas en día de niebla sobre estas tierras que su nombre han hecho sagradas. Como símbolo de lo que fue en vida, su muerte se preparó en el vuelo, entre las nubes, y en ellas quedó su espíritu abierto a las luces de la inmortalidad. ¡Honor a su recuerdo, que en el futuro marcará el pórtico de la nueva reconquista de España! El corazón en alto, por su gloria. Y en los labios de quien se detenga ante este recinto sagrado, una oración.



Este texto pudo haber sido escrito por cualquiera de los intelectuales que trabajaron en los servicios de Propaganda del bando nacional en Salamanca y Burgos: Laín Entralgo, Dionisio Ridruejo, Antonio Tovar, Torrente Ballester, o los prehistoriadores Carlos Alonso del Real o Martín Almagro. Esos discursos rimbombantes de la España imperial generaban escenografías como ésta. El citado alcalde Francisco Romera se dejó de enfoques mitificadores de invictos Molas y se fijó sobre todo en la materialidad de los objetos. Así pues, este hombre recordaba el impacto que le produjo ver cómo sobre los cuerpos carbonizados brillaban las medallas militares. El cuerpo de Mola se identificó por su cámara de fotos, de la que no se despegaba nunca. Así acabó sus días el general empeñado en aniquilar ciudades y exterminar a las hordas rojas. Incluso los asesores alemanes de la Legión Cóndor se quedaban a cuadros con la vesania de un loco que planteaba incluso hacer desaparecer el tejido industrial de Bilbao.


Una  modesta señal sin logo institucional (ya es raro) indica la subida al monumento; a él se llega tras recorrer tres kilómetros inhóspitos por una pista de tierra y grava. Habría que preguntarse por qué este monumento sigue en pie, mientras el campo de concentración de Miranda de Ebro fue destruido totalmente para construir sobre él un entramado de empresas químicas. El voluntarismo de la gente comprometida con la llamada recuperación de la memoria histórica ha hecho esfuerzos ímprobos por recordar este espacio represivo. En el caso del monumento a Mola todo es más fácil. La propia Junta de Castilla y León promueve como atractivo e inocuo recurso turístico el Monumento. En muchas localidades del Estado español, el único monumento reconocido por parte de la población es una escenografía fascista y nacionalcatólica que perdura y ha sido asumida incluso como referente identitario.

Todo un Monumento caído del cielo.


P.S. Consultad aquí por favor el blog sobre el monumento a Mola, elaborado por un alumno de la Universidad de Burgos como trabajo para la asignatura de géneros informativos.

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